La comunicación en los proyectos europeos de I+D+I no es una tarea secundaria ni un simple requisito formal. Es un elemento estructural que condiciona el impacto real de las investigaciones financiadas con fondos públicos. La forma en que se diseña, gestiona y evalúa la comunicación puede determinar la capacidad de un proyecto para generar cambios, movilizar conocimiento, atraer colaboraciones o contribuir a la formulación de nuevas políticas.
Los programas como Horizon Europe, LIFE o Interreg exigen planes de comunicación y diseminación integrados, coherentes y medibles. Pero también dejan margen para la creatividad, la adaptación local y la narración de historias que conecten con diferentes comunidades. Comprender qué funciona en estos contextos requiere un análisis crítico de cientos de proyectos ya ejecutados y una interpretación afinada de las guías de la Comisión Europea.
Una primera distinción clave es la que separa comunicación, diseminación y explotación. Aunque a menudo se confunden, cada una responde a objetivos, audiencias y canales diferentes. La comunicación se dirige a un público amplio, no especializado. Busca visibilidad, interacción, reputación y apoyo social. La diseminación, en cambio, se orienta a comunidades profesionales o académicas, con el fin de que los resultados del proyecto sean reutilizados, replicados o mejorados. La explotación se centra en convertir los hallazgos del proyecto en soluciones aplicadas, modelos de negocio o nuevas líneas de investigación.
Estas tres líneas deben coordinarse desde el inicio, con estrategias realistas, presupuestos adecuados y una asignación clara de responsabilidades. En los últimos años, la evaluación de propuestas en programas como Horizon Europe otorga cada vez más peso a la calidad del «impact pathway», donde la comunicación tiene un rol protagonista, no accesorio.
El diseño de un plan de comunicación efectivo comienza con un análisis detallado de las audiencias. No se trata solo de «llegar al público», sino de entender cuáles son los grupos de interés clave, qué medios consumen, qué expectativas tienen y qué lenguaje utilizan. Esta segmentación permite desarrollar mensajes diferenciados, adaptados y con un tono adecuado. En muchos casos, implica colaborar con personas expertas en comunicación científica, periodistas especializados o agencias externas.
La narrativa es otro elemento determinante. Los proyectos que logran conectar con sus audiencias no lo hacen solo a través de datos o resultados técnicos. Lo consiguen porque explican por qué su trabajo importa, a quién puede beneficiar y qué retos aborda. Incorporar historias humanas, escenarios futuros, dilemas éticos o testimonios permite anclar el contenido científico en la experiencia cotidiana de las personas.
En cuanto a los canales, la elección no debe responder a modas ni a automatismos. Las redes sociales son una herramienta potente, pero no suficiente. Su gestión debe ser profesional, con contenidos visuales cuidados, calendarios editoriales planificados y estrategias de interacción que vayan más allá de la autopromoción. Twitter (ahora X), LinkedIn o Instagram pueden ser aliados valiosos si se utilizan con objetivos específicos y estilo propio.
El sitio web del proyecto sigue siendo un punto neurálgico. Debe estar optimizado para buscadores (SEO), ser accesible, claro y actualizado. La sección de noticias, los perfiles del equipo, los documentos descargables y las evidencias de impacto son elementos que aportan valor y mejoran la confianza. Además, los boletines electrónicos, los webinars, las participaciones en eventos, la generación de material didáctico o la colaboración con medios de comunicación generalista ayudan a diversificar el alcance.
Un aspecto que marca la diferencia es la capacidad de escucha. Muchos proyectos se centran en emitir mensajes, pero pocos generan mecanismos reales de retroalimentación. Las encuestas, los grupos focales, los foros en línea o las entrevistas con partes interesadas son formas efectivas de ajustar la comunicación a medida que el proyecto evoluciona.
Los indicadores de impacto comunicativo deben definirse desde el inicio y no limitarse a métricas superficiales como el número de visitas o seguidores. La calidad de las interacciones, el grado de comprensión de los mensajes, el uso posterior de los contenidos o la generación de nuevas sinergias son ejemplos de indicadores más significativos. Para ello, es recomendable realizar evaluaciones periódicas y ajustar el plan según los aprendizajes obtenidos.
No hay una fórmula única para comunicar la I+D+I europea. Cada proyecto necesita su propio lenguaje, su red de alianzas y su estrategia. Sin embargo, los elementos que comparten los proyectos más exitosos son la coherencia narrativa, la adaptación cultural, el rigor informativo y una estética cuidada. Integrar estos factores desde la fase de propuesta mejora no solo las posibilidades de financiación, sino también la sostenibilidad y legado del proyecto.
Comunicar en el marco de Horizon Europe, LIFE o Interreg implica algo más que difundir logros. Es un proceso estratégico que requiere conocimiento experto, sensibilidad social y capacidad de traducir la complejidad. Las entidades que lo comprenden y lo aplican con profesionalidad aumentan sus opciones de impacto real, de colaboración internacional y de continuidad más allá del ciclo de financiación.
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